¿Qué es un blog?
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que inicié este modesto blog, hace diez minutos; desde el principio (hace diez minutos) me propuse que esto sería un espacio de libertad para expresar mis demonios interiores, para experimentar, para volcar aquí todo lo que no puedo volcar en mis otros espacios de expresión (en la tornería, en el curso de tarjeteía española, etc.). No imaginaba, por cierto, la masiva repercusión que podía llegar a tener, sobre todo teniendo en cuenta que no llegué a poner nada y que lo abrí hace diez minutos.
En los largos minutos (¡parecen siglos!) que llevé adelante este proyecto, han pasado cosas que jamás hubiera esperado. Por ejemplo, me trajeron el almuerzo. El tipo de la computadora de al lado se sonó la nariz. Y llevé a cabo algunos de los párrafos más satisfactorios de mi vida (dos y medio, hasta el momento). ¿Y que puedo decir de los comentaristas? Nada, hasta que no publique y pongan algo. Pero desde ya sé que habrían sido o serían personas inolvidables. Por eso quiero decirles ¡gracias! Al Turco, Lolita, Montparnasse, Mirinda, El del Fras-ko, Umathurmán, el Inspector Clouseau, Jorgelín, Selamastik, Laura P., Agapito, Chorigoma (¡pensar que al principio nos hubiéramos puteado de lo lindo!), Charlize Manson, Toco Mocho, Martín, Sergio Aurora Mandrafina, El Gaita y Tomassini, si hubieran comentado, de haber existido. Gracias por comentar (de haberlo hecho) y por tomarse la molestia de leer a este “loco lindo” (de haberse tomado la molestia, en el caso de existir y tener esos pseudónimos).
Pero llega el momento en el que uno se plantea si debe seguir. Todo debe terminar algún día. Uno no puede seguir haciendo lo mismo eternamente, dale que dale una y otra vez sin parar. Eso sería repetirse. Y prefiero no hacerlo; eso sería repetirse. Uno debe, en cierto momento, abrir las alas y volar. Volar del nido que lo vio nacer, y partir hacia nuevos horizontes. ¿Por qué? No lo sé. ¿Hacia dónde? Tampoco. ¿Cuándo? Está por verse. ¿Quién? Yo. ¿Dónde? Acá. ¿Qué? Volar. ¿Cómo? Desplegando las alas. De lo contrario, sería repetirse. Y eso es lo peor que uno puede hacer: Repetirse. No hay que hacer eso: Repetirse. Por lo menos, hay que tratar de no hacerlo más de una vez: Repetirse. Aunque habría que pensar si hacer algo una sola vez puede ser considerado eso: Repetirse. Francamente, no lo sé: Repetirse.
Así siento que “Meneguzzi y Co.” cumplió su ciclo. Siento que no tengo más para decir, y continuar sería una traición, una canallada. Una abominación, una prevaricación, una estafa, un acto aberrante, un homicidio, un genocidio, una violación a los derechos humanos. Desde el principio –hace quince minutos- decidí que en cuanto sintiera que me estaba repitiendo, o ya no tuviera más para decir, o estuviera continuando por inercia, o mis escritos ya no estuvieran a la altura de Borges, Melville, Shakespeare, Wilde, Stevenson y Dostoyeski multiplicados entre sí y luego por un millón o me doliera un poco la ingle, cerraría el blog. Por eso esta decisión. Y no fue fácil. Me llevó como cero minutos tomarla, porque la tomé antes de empezar el blog, entendés.
Sé –porque me lo dirían, si hubiera habido algún comentario- que para muchos de ustedes, de existir, esto sería una gran desilusión. Que perderían un espacio para expresarse. Que ya no tendrían ese momentito, mientras toman el primer café de la oficina, para ver “qué puso hoy el loquibambi cabecita fresca hijo de una gran puta tragaleches de Podeti”. Pero no se pongan tristes. Ya nos volveremos a ver por ahí. La blogósfera es pequeña y nos conocemos mucho. No, pará. Bueno, es algo así. Y aparte capaz mañana empiezo otro blog que se llame igual a este, qué tanto.
Adiós. ¡Los quiero mucho!
miércoles, 2 de junio de 2010
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